La oveja de raza manchega desciende de los primitivos ovinos que aparecieron en la cuenca mediterránea, una de cuyas ramas llegó a la península Ibérica. Esta oveja (Ovis aries celtibericus) sería domesticada en el Neolítico por los antiguos pobladores de estas tierras, proporcionándoles alimento y vestimenta, lo que ha cambiado muy poco hasta nuestros días. De este tronco común surgieron el resto de las actuales razas de ovejas españolas, portuguesas y francesas.
La oveja manchega ha sido el resultado de la adaptación al suelo, al clima y a la vegetación de la España árida, pero también a las actividades humanas. Se trata de una raza más sedentaria que otras muy unida a la agricultura, de la que aprovecha sus restos, así como la rotación de parcelas de cultivo. Al mismo tiempo, en la agricultura se aprovecha su estiércol como abono. El pastoreo, tanto en parcelas agrícolas como en pastos naturales, ha influido en el modelado del paisaje actual, formando parte fundamental del equilibrio de estos ecosistemas.